Tuve (mejor sería: gocé) como profesor de Bioquímica y director de tesina a don Ángel Martín Municio. Cuando comenzaba la clase a propósito de la biosíntesis de proteínas, ponía una diapositiva sacada del hiperinflado y sobrevalorado “Molecular biology of the gene” del ínclito James D. Watson: exactamente la que correspondía al (so-called) central dogma of molecular biology, un inventillo de su colega de correrías y robos a Rosalind Franklin, el señor Crick, cuando ambos se dedicaban ya a cuestiones más aburridas (¡aunque económicamente más productivas!) que tomar pintas de bitter en el Eagle de Cambridge. Dicho “dogma central” (el flujo de información es, única e irreversiblemente, DNA-RNA-Proteína) se vino abajo, por ejemplo, al descubrirse más tarde los virus RNA. Pues bien, cuando eso se desconocía, don Ángel, solemne, decía: Observen esto. Hasta un premio Nóbel puede escribir tonterías. ¿Cómo que “dogmas” en la ciencia? Eso es, simplemente, lo que, a día de hoy, se cree. Pero ¿dogma…?, y nos miraba desde detrás de su nariz, inequívocamente holmesiana, mientras esbozaba un casi amago de sonrisa de los que gastaba no más de tres por curso académico.
Pues eso: que discutir (¡quiá discutir!: afirmar inatacablemente) a propósito del alma y negar por acientífico el cartesiano cogito ergo sum en base a la raíz exclusivamente neurológica de “la moral” (sea eso, la moral, lo que sea) es, peor aún que bizantino, estúpido. Y, en el fondo, está fuera del dominio de la ciencia. Yo soy materialista (es decir: creo que no hay nada más allá de la materia, sus relaciones e interacciones) y agnóstico (es decir: la existencia o no de Dios no modifica mi vida. Me da igual Dios). Además de –se supone–, científico (es decir: me gano la vida ejerciendo una actividad científica, investigando y transmitiendo los resultados de dicha investigación y de la de muchísimos otros anteriores a mí). Sin embargo, lo afirme Nature o su porquero Dawkins, creo firmemente que la ciencia ni nos conduce a Dios ni nos aparta de él. Variables separadas. Compartimentos estanco. Vías metabólicas diferenciadas. En Dios, se cree o no; en la ciencia, se hipotetiza, se experimenta y se comprueba o no. Nada que ver. El hecho de que todos y cada uno de mis pensamientos, emociones, sentimientos o manías se deba, exclusivamente, al interjuego de una serie de pequeñas moléculas y sus receptores de membrana, no significa nada: ni positivo ni negativo. Nada. Es así. Como la energía cinética, el crecimiento de la entropía o las órbitas planetarias. La aparente maravilla del equilibrio, de la homeostasis, de la autorregulación celular, ¿significa que un Dios lo diseñó, porque de otra manera no se entiende? No. Y, mutatis mutandis, que lo que yo creía mi forma de ser, mi timidez o mi (falta de) carácter sean un mero efecto de la dopamina, la serotonina o el ácido gamma-aminobutírico, ¿niega la existencia del alma, ergo de Dios? Tampoco. Sostener, con mayor o menor audiencia, lo contrario es, en mi opinión, un estéril ejercicio de apostolado. Como el que practicaba Theilard de Chardin en un sentido o practican Nature y sus voceros en el otro.
La opinión más sensata del artículo citado, está en el párrafo final: As a scientist, I have nothing to say about the soul. It’s not a scientific idea. La pronuncia, por cierto, un creyente.
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