1 Vayehi chol-ha'arets safah echat udevarim achadim. En aquel tiempo todo el mundo hablaba un mismo lenguaje y usaba las mismas palabras.
2 Vayehi benos'am mikedem vayimtse'u vik'ah be'erets Shin'ar vayeshvu sham. Y sucedió que, cuando la gente emigraba desde el oriente, encontraron un valle en la tierra de Shinar, y allí se establecieron.
3 Vayomeru ish el-re'ehu havah nilbenah levenim venisrefah lisrefah vatehi lahem halvenah le'aven vehachemar hayah lahem lachomer. Se dijeron los hombres unos a otros: «Vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos en el fuego para endurecerlos». Entonces usaron ladrillos en vez de piedras y betún como argamasa.
4 Vayomeru havah nivneh-lanu ir umigdal verosho bashamayim vena'aseh-lanu shem pen-nafuts al-peney kol-ha'arets. Luego dijeron: «Venga, construyamos una ciudad para nosotros y edifiquemos una torre que llegue hasta el cielo. De esta manera hagámonos famosos, para que no nos dispersemos por todo el mundo».
5 Vayered Adonay lir'ot et-ha'ir ve'et-hamigdal asher banu beney ha'adam. Y descendió Jahvéh para ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hijos de los hombres.
6 Vayomer Adonay hen am echad vesafah achat lechulam vezeh hachilam la'asot ve'atah lo-yibatser mehem kol asher yazmu la'asot. Y dijo Jahvéh: «He aquí que son un solo pueblo y hablan todos un mismo idioma y esto es lo que les hizo comenzar a hacer la obra. Ahora nada les imposibilitará lograr todo lo que se propongan hacer.
7 Havah nerdah venavlah sham sefatam asher lo yishme'u ish sfat re'ehu. Venga, pues, descendamos y confundamos su lengua para que no se entiendan entre ellos».
8 Vayafets Adonay otam misham al-peney chol-ha'arets vayachdelu livnot ha'ir. Entonces Jahvéh los dispersó por toda la faz de la tierra y ellos detuvieron la construcción de la ciudad.
9 Al-ken kara shemah Bavel ki-sham balal Adonay sfat kol-ha'arets umisham hefitsam Adonay al-peney kol-ha'arets. Por eso la ciudad fue llamada Babel, pues allí Jahvéh confundió las lenguas de toda la tierra y desde allí los dispersó sobre la faz de la misma.
«Citando a Benjamin: “El origen, aún siendo una categoría absolutamente histórica, no posee, sin embargo, nada en común con la génesis”. Origen no es exactamente comienzo… El origen es fuente; el comienzo, punto de partida. Con la palabra inicio nombra S. Agustín la aparición del ser humano en el mundo (un mundo que como tal sólo habría tenido, antes de la existencia del hombre, principio).
Benjamin echó mano de la Biblia para articular su teoría del lenguaje. “De todos los seres el hombre es el único que nombra él mismo y el único a quien Jehová no ha nombrado”. No le nombra para no someterlo al poder de la lengua; ésta, por el contrario, brota libremente en él y con ella el hombre denomina al resto de la creación. Nombra a las cosas porque conoce su ser espiritual: el nombre expresa lo que la cosa es. El hombre adámico sólo conocía una sola lengua porque el nombre designaba la cosa. El nombre era conocimiento. Cuando el hombre pretende conocer el bien y el mal, al margen del nombre, abandona el paraíso. En la era postadámica, la nuestra, el nombre ha perdido la capacidad de expresar el ser de las cosas. El hombre trata de crear algo con una palabra propia. Quiere que las cosas sean lo que significa ese nombre que él impone arbitrariamente. En castigo y en su lugar aparece la palabra humana que no expresa lo que las cosas son, sino que sólo sirve para comunicarnos entre los hombres. El hombre inventa ahora muchas palabras para acercarse a ese núcleo de las cosas que ya nos es ajeno desde que quisimos hacerlo a nuestra imagen y semejanza. Esa inadecuación entre el nombre y la cosa explica la pluralidad de lenguas.
Escribe un joven Nietzsche: “El lenguaje no es ni un producto consciente individual ni colectivo… El lenguaje resulta demasiado complejo como para haber sido elaborado por un solo individuo; posee demasiada unidad como para haberlo sido por la masa, es un organismo completo. Por tanto, hay que considerar al lenguaje como producto del instinto... no ha sido la conciencia la que ha presidido la fundación del lenguaje”.
Pero la antinomia entre lo individual y lo universal tiene su origen en el lenguaje. Por tanto, la palabra transforma la singularidad en miembro de una clase, cuyo sentido define la propiedad común. La definición del conjunto es simplemente la definición de la significación lingüística. El ser lingüístico es un conjunto que al mismo tiempo es una singularidad.
Entre los modelos genéticos del lenguaje es posible distinguir dos clases. La primera corresponde a una explicación ‘naturalista’ o ‘positivista’. La evolución del lenguaje humano está estrechamente ligada a la evolución de los demás atributos fisiológicos y psicológicos de la especie. La lingüística ‘positivista’ insiste que la evolución y el carácter del lenguaje forman parte de un continuum que abarca todas las formas de comunicación en las especies animales y los códigos de comunicación pre o extraverbales. La segunda clase se podría calificar como ‘trascendente’. No niega que el lenguaje esté condicionado por limitaciones fisiológicas. Ni niega los componentes socioeconómicos y ambientales del desarrollo y de la diversificación de las lenguas. Postula un origen del lenguaje fuera y más allá de la evolución humana. Rechaza la hipótesis de un continuum entre comunicación animal y lenguaje humano. El hombre es un ‘animal hablante’ y por ello es superior a la animalidad. Éste es el tipo de ‘explicación’ en la cual el robo del fuego divino por Prometeo deviene una alegoría de la concesión del lenguaje racional a los mortales. En este modelo ‘teológico’ del habla es posible distinguir una visión funcional, ‘logocrática’. Lo que distingue al hombre del animal es el lenguaje, pero éste no es un dato natural ya ínsito en la estructura psicofísica del hombre, sino una producción histórica. Heidegger rechaza constantemente la definición metafísica del hombre como animal racional, el viviente que posee el lenguaje, como si el ser del hombre fuera determinable por medio de la adición de algo a lo ‘simplemente viviente’. El hombre domina y utiliza el lenguaje para fines naturales, pero el hombre no es propietario de la ‘morada del lenguaje’. Para Heidegger, el lenguaje es lo propio del hombre porque éste dispone de un acceso privilegiado al problema del ser. Como el lenguaje es la casa del ser, el deber del hombre es ser el guardián de esa ‘morada’. Hoy una parte considerable de la filosofía se dedica a hacer teoría de la ciencia entendida como metateoría del conocimiento científico. Tras un siglo de filosofía del lenguaje y de lingüística, la esencia del lenguaje se ha desfigurado hasta lo irreconocible… Si para nosotros el venir-al-mundo siempre significa también venir-al-lenguaje, esto quiere decir que, en tanto que llegados al mundo, no tenemos más alternativa que la de atarnos desde un primer momento a un mundo lingüístico donde el peso del mundo presiona a todo nuevo hablante».
«Restaurar el orden natural… se lleva a cabo siempre como una venganza cósmica. Escribe Kojève: “La desaparición del hombre al final de la historia no es, pues, una catástrofe cósmica: el mundo natural sigue siendo lo que es desde toda la eternidad. Y tampoco es una catástrofe biológica: el hombre permanece en vida como animal que está en acuerdo con la naturaleza. Lo que desaparece es el hombre propiamente dicho, el sujeto opuesto al objeto”. Hay una doble apuesta en ese reto veterotestamentario que es la obra propuesta por los hombres como objetivo de su comunidad: una que se articula frente al cielo, que se quiere alcanzar y conquistar, y otra que se extiende por la tierra como marca del dominio. Una torre con la cúspide en los cielos, asentada sobre una enorme base, mientras subía hacia los cielos se extendía también sobre la tierra. El movimiento vertical tenía que ir precedido de una ampliación horizontal en mayor proporción de crecimiento que la elevación hacia la altura. La torre deviene una ciudad, una proyección urbana. La historia que se cuenta, resulta ser la historia de un exilio, fenómeno característico de todo relatar de los orígenes: el origen está en la dispersión. La segunda expulsión, de la ciudad con la torre que se alza contra el cielo, se da contra la obra de hombres. Hace que el hombre pierda su lugar, como en la expulsión del Paraíso. La quiebra de un modelo que apostó a la eternidad, ahora muestra su vulnerabilidad. Pero el fracaso no es acabamiento, es fractura, hacerse pedazos, romperse con estrépito. El fracaso, como el naufragio, deja restos. Son rastros y huellas, trazos y marcas hallados en un paisaje en ruinas. Pues ruina y escombro son, efectivamente, muchas de las certezas de nuestro presente… El suelo propicio para la construcción de un pensamiento nuevo son las ruinas. “El rasgo decisivamente característico de este mundo es su caducidad… La continuidad de la caducidad no puede proporcionar consuelo; el hecho de que surja nueva vida de las ruinas no es prueba de la persistencia de la vida, sino más bien de la muerte… No podemos destruir este mundo porque no lo hemos construido como algo autónomo” escribe también Benjamín.
Un nuevo comienzo equivale a una posibilidad de transformación, un acto de libertad. La primera ciudad, edificada por Caín al este del Edén, fue el primer artefacto, el primer constructo de origen humano, al margen de la economía divina. La ciudad como primera estrategia puramente humana de racionalización de la vida. El terror a la obra realiza en la obra su destino, el abandono de lo realmente construido o la conciencia misma de lo efímero del mismo intento que lo constituye. Así, el abandono de la obra, o la interrupción que ya es la obra, podrían darse como destrucción, como deconstrucción o como olvido. Proliferación y dispersión aquí se constituyen como texto, porque es en el texto justamente donde Babel se alza y se destruye para conservarse en la memoria. Su deconstrucción consiste en el vaciado y reconstrucción de la memoria.
La aniquilación definitiva del hombre en sentido propio debe implicar también, sobre todo, la desaparición del lenguaje humano. Buscando un modo de convivir en una nueva Babel, el arte ha enmudecido ante el terror. De ahí que no haya habido una respuesta ‘plástica’ a la destrucción de las ‘torres’. Más bien parece que no se haya aprendido la lección, desde el momento en que se pretende dar una respuesta cumplida mediante la erección de una nueva torre... el postmodernismo está herido de muerte. Conversión del terror en horror y dispersión del horror. El horror no puede ya obturar la inquietante presencia ubicua del terror… Entonces (en 11-Génesis), y ahora (11-M), una destrucción del espacio… es el fundamento ‘cero’ del terror.
No es el sueño de la razón... sino la razón del sueño la que nos hace edificar torres imposibles».
Correspondencias intertextuales:
*(Agamben, La comunidad que viene, Lo abierto) *(Barja y J. Heffernan, La hipótesis Babel) *(Barrios, Narrar el abismo) *(Cuesta Abad, Juegos de duelo) *(Duque, Terror tras la postmodernidad) *(Lenceros, La modernidad cansada) *(Reyes Mate, Medianoche en la historia) *(Safranski, Heidegger y el comenzar) *(Sloterdijk, Venir al mundo, venir al lenguaje) *(Steiner, Los logócratas)
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