El año 1940 se anunciaba sombrío, entre la guerra europea y las dificultades de abastecimiento. Aun así, la vida seguía normalizándose. Volvió la fiesta de los Reyes Magos -- suprimida bajo el Frente Popular-- con la correspondiente distribución de juguetes. Salió al mercado una nueva muñeca, Mariquita Pérez, que se convertiría durante bastantes años en la preferida de las niñas de clase media, con los aditamentos correspondientes, cuentos de sus aventuras, programas de radio etc. (terminaría cediendo, en los años 60, a las barbies). Los Reyes Magos erraron, empero, el camino a muchos hogares, donde los niños hubieron de conformarse con los juguetes primitivos que ellos o sus padres hubieran sabido confeccionar.
Ese enero se celebró en Barcelona el aniversario de la entrada de los nacionales, con una exposición de los planes de reconstrucción de la ciudad, muy dañada en algunos barrios por los bombardeos, y la erección de un monumento a la victoria en el cruce del Paseo de Gracia con la Diagonal, rebautizada Avenida del Generalísimo. El abad de Montserrat pronunció una fervorosa loa a las tropas de Franco.
Comenzaba ese mismo mes la edad de oro de la copla, al formar Concha Piquer, actriz y cantante valenciana ya célebre y de voz extraordinaria, su “Compañía de Arte Folklórico Andaluz”. Piquer pertenecía a la nutrida serie de artistas pro nacionales que iban a crear un arte popular con fuerte sabor de época. Su compañía recorría el país divulgando canciones viejas y nuevas: la omnipresente Ojos verdes, Tatuaje, A la lima y al limón, No te mires en el río, A la sombra de aquel limonero, La bien pagá, etc. Serían, con los pasodobles y boleros, la música de fondo de la época. Sus temas rezumaban un sentimentalismo exacerbado, a veces fácilmente parodiable, y una densa emocionalidad femenina, pese a estar compuestas generalmente por hombres. Los compositores más renombrados, trío Quintero, León y Quiroga, un comediógrafo, un poeta y un músico andaluces, firmarían, se dice, unas 5.000 canciones. El letrista Rafael de León, adinerado y de familia nobiliaria, había frecuentado desde joven el ambiente de los cabarets, cafés cantantes y juergas flamencas, donde había conocido a sus compañeros. Las dotes musicales de Manuel Quiroga, de origen artesano, le orientaron muy pronto a la canción. Antonio Quintero creador de sainetes y obras ligeras, coordinaba las canciones en los espectáculos teatrales. Los temas solían ser poco ortodoxos moralmente: las heroínas de Ojos verdes o Tatuaje, por ejemplo, eran prostitutas, la de La otra, una mantenida quejosa de su posición y de su amante, que la utiliza como un mero objeto sexual:
Yo soy la otra, la otra,
Y a nada tengo derecho
Porque no tengo un anillo
Con una fecha por dentro…
Con tal que vivas tranquilo
Qué importa que yo me muera…
Ojos verdes, poética y de DENSO fuerte contenido erótico, empezaba:
Apoyá en el quicio de la mancebía
Miraba encenderse la noche de mayo
Pasaban los hombres, y yo sonreía…
La censura cambió “mancebía” por “casa mía”, con total ineficacia, pues el relato ofrecía pocas dudas.
Despuntaban figuras como Estrellita Castro, Juanito Valderrama o Celia Gámez, esta nacida en Argentina y reina de la revista musical desde antes de la guerra, con su espectáculo Las Leandras. Con Yola alcanzó un éxito permanente. Lograría adaptar el género, hasta cierto punto y sin perder gracia, a las exigencias moralistas de la época: “La revista es ahora espuma y sonrisa, vicetiples que levantan las piernas al compás, vedettes de trajes vaporosos, decoraciones, bailarines, diálogos ligeros, salpicados de chistes y frases ingeniosas. Lo demás, lo grosero, lo inmoral, lo sucio, en una palabra, se ha suprimido”, aseguraban algunos críticos.
Distinto fue el caso de Valderrama. Campesino andaluz, se había iniciado como cantante en 1934, con 18 años. La guerra le cogió en las izquierdas, donde formó un grupo de cante para animar a la tropa y los heridos. Alcanzaría su mayor popularidad en los años 50, pero grabó su primer disco en septiembre de 1939, emprendiendo su carrera de flamenco heterodoxo. Al revés que otras, sus coplas tenían un sustrato moral edificante e ingenuo, muy aceptado por “el alma popular”.
Los tres compositores citados murieron en Madrid, en 1977 Quintero, en 1982 León y en 1988 Quiroga, olvidados y a menudo despreciados porque el progresismo entonces imperante identificaba su música con el franquismo. Lo cual tenía poco de falso. La experiencia republicana de Valderrama sería muy valorada después de la muerte de Franco. Él mismo cedió al nuevo ambiente y pretendió que su celebérrima canción El emigrante (1949) aludía a los exiliados. Graciosa, en verdad, la imagen de los comecuras del exilio haciéndose rosarios e invocando a la Virgen de San Gil, como reza la canción.
("Años de hierro")
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