Victor Andrew de Bier Everleigh McLaglen fue el primero de los once hijos del reverendo Andrew McLaglen, escocés, nacido en Ciudad del Cabo, clérigo de la Iglesia Libre Protestante de Inglaterra y de Lily Welman, de profesión sus partos y de ascendencia irlandesa. Los sucesivos destinos del reverendo McLaglen, nacido en Ciudad del Cabo, llevaron a su familia a residir entre Gran Bretaña y Sudáfrica, territorio en el que alcanzó el Obispado de Claremont, uno de los suburbios de Ciudad del Cabo, cargo para el que fue nombrado el dos de noviembre de 1897.
Victor nació en una de las estancias de la familia en la metrópoli. El natalicio se produjo en Tunbridge Wells, condado de Kent, en pleno corazón de Inglaterra, el día 11 de diciembre de 1886. Sin embargo, el actor siempre consideró El Cabo como su ciudad natal. Así empiezan las dudas sobre cómo, cuándo, y en dónde nuestro héroe hizo tal o cual cosa. Su biografía está repleta de las mismas imposibilidades que las de su contemporáneo Sherlock Holmes. De este modo, es posible asegurar que era sudafricano, escocés o irlandés. No existen datos sobre sus años escolares. Sin embargo, es probable que, dado que pertenecía a la casta de los administradores del Imperio, tuviera una sólida educación victoriana: deporte, clásicos y Biblia, aderezados por un liberal uso del bambú. Lo que es seguro es que no sintió la llamada de Virgilio ni la del Señor, sino más bien la de las broncas.
A los catorce años, en 1900, le dio la primera sorpresa al Reverendo Obispo; el temor de Dios y el sentido del orden que todo buen victoriano deseaba brillaban por su ausencia en su primogénito. Amparado por su tamaño y su cara angelical, Victor se enroló en el Ejército de Su Majestad con la sana intención de sacudirles la badana a los paletos holandeses que pretendían mantenerse independientes. El joven McLaglen no consiguió su propósito de agujerear pellejos boer porque su regimiento —los Life Guards— fue destinado a tareas de guarnición en Windsor. El obispo pudo demostrar su verdadera edad a los incrédulos oficiales y consiguió que licenciaran a su retoño. Victor sobrevivió por primera vez a los generales ingleses. No sería la última.
Al ser licenciado, Victor McLaglen decidió que emprendería una carrera como boxeador profesional, horrorizando de nuevo a su padre. Con dieciséis años, el futuro actor pesaba trece piedras (stones) y trece libras [cuánto es] y medía seis pies y tres pulgadas [cuánto es]. El gigantón que luego empequeñecería en la pantalla al propio John Wayne había continuado en el Ejército lo que ya empezó en la escuela, y encontrado su vocación: pegar a los demás por dinero y diversión. A Sir Francis Galton no le habría extrañado, con toda esa sangre escocesa e irlandesa corriendo por sus venas, el chico estaba destinado a la pelea. Sin embargo, el optimismo fin de siècle del obispo, le impidió claudicar y colocó a su hijo en el despacho de un procurador londinense. La solución no fue más que temporal, Victor había nacido con la wanderlust del Judío Errante, y todo el ancho mundo era británico. A los dieciocho años se hizo responsable de su vida —y de su cara—, con veintidós años de anticipación, emigrando al Canadá.
En Vancouver, inició su carrera como boxeador profesional, sobreviviendo entre combate y combate gracias a las zurras dadas en las ferias a los ingenuos forzudos que creían poder aguantar tres asaltos con un profesional. Peleaba en las ferias que recorrían Canadá y Estados Unidos. En su última actuación en Vancouver, McLaglen derrotó en menos de una hora a todos los integrantes de un equipo de fútbol. Los testigos afirmaron que no fue elegante pero sí eficaz. Este lado circense ocultó a un boxeador serio y dedicado, que fue la primera Gran Esperanza Blanca. En marzo de 1909, Victor McLaglen fue el primer hombre blanco en pelear con el recientemente coronado Jack Jonson. Fue una pelea de exhibición en la que no cabía la decisión arbitral sino solamente el KO. La pelea fue fácil para el boxeador tejano que había humillado el orgullo de los blancos pero Victor McLaglen aguantó en pie los seis asaltos.
Nueve años después, en 1913, Victor McLaglen vuelve a Gran Bretaña con la intención de continuar su carrera profesional en el ring. Según las fuentes que se consulten, en los nueve años que pasaron desde su llegada a Vancouver, McLaglen realizó giras por Canadá, Australia –donde se unió a la fiebre del oro que se había producido 50 años antes-, Estados Unidos y Sudáfrica, entró al servicio de un Rajá de la India, mató leones en África, naufragó en Indonesia buscando perlas, y fue granjero y policía en Canadá. No era irlandés pero los leprechauns saltaban a su paso.
Al estallar la guerra se alistó en su regimiento natural (de acuerdo con el sistema territorial de reclutamiento del Ejército Británico) en el Middlessex Regiment (The Princes of Wales's Royal Regiment Queen's and Royal Hampshires), 10º Batallón. Los territoriales fueron destinados a Mesopotamia donde les esperaba el ejército turco, formado por desgraciados campesinos ignorantes con los que los hijos de John Bull no tenían ni para empezar. Desgraciadamente, los tommies no contaban con el generalato. El hecho de que el 5º Ejército turco fuera comandado por un mariscal alemán, Golz Pasha, queda empequeñecido por la competencia táctica y estratégica de los tenientes generales Sir John Nixon y Sir Fenton John Aylmer. Los dos enterraron sus carreras junto al Tigris, aunque no fue sólo eso lo que enterraron. Nuestro protagonista, claramente un hombre afortunado, sobrevivió por segunda vez a los sucesores de Lord Raglan, pasando por alto la disentería, el tifus, la falta de hospitales de campaña y el abrasador clima del desierto.
Ni siquiera los publicistas hollywoodenses que le hicieron miembro a posteriori de los Royal Irish Fusiliers —el regimiento más distinguido y cuya marcha es, curiosamente, Garryowen—, pudieron encontrar hazañas bélicas dignas de mención. Parece ser que llegó a alcanzar el rango de capitán —según otros fue sargento, pero ya son demasiadas casualidades— y fue nombrado Provost Marshall (jefe de la Policía Militar) de la ciudad de Bagdad en 1918. Sí es seguro que no tuvo suficiente con turcos y alemanes, así que se dedicó a sus compatriotas hasta llegar a ser campeón del peso pesado del Ejército de Su Graciosa Majestad el mismo año de 1918. De vuelta a casa tras la desmovilización, a los treinta y cuatro años se encuentra en la encrucijada del soldado que abandona el ejército, ¿qué hacer para ganarse la vida? A estas alturas, la respuesta es evidente: boxear. Sin embargo, el diablo, en forma de amigo productor de cine, le sugiere que actúe en alguna película. McLaglen accede aunque con alguna reserva mental. Estas son sus palabras: «actuar nunca me atrajo, y sólo coqueteé con ello para hacer dinero. De hecho, sentía que el negocio del maquillaje estaba bastante por debajo de un hombre que había sido un boxeador razonablemente decente.»
Protagoniza en 1920 The Call of the Road y su destino cambia. Se convierte en un actor popular y le llueven los contratos. Victor McLaglen está casado con su primera mujer Enid Lamont y ya tiene a su primer hijo, Andrew McLaglen. En 1925, recibe la oferta para rodar su primera película hollywoodense. Su título, The beloved brute.
Obvio y eficaz, Victor McLaglen adquiere rápidamente una reputación en la industria. Se especializa en papeles de rufián seductor a pesar de su aspecto. Pronto pasa a rodar con los mejores actores y directores; Raoul Walsh, Howard Hawks, Lon Chaney, Tod Browning, Mirna Loy… En 1928, se produce un hecho decisivo en la vida de Victor McLaglen. Es el año en que rueda Mother Machree (Madre Mía) a las ordenes de John Martin Feeney (a.k.a. John Ford). Se inicia así una colaboración duradera y una larga amistad entre ambos hombres. En la misma película, interviene como extra Marion Robert Morrison (a.k.a. John Wayne), otra de las presencias decisivas en la vida de McLaglen. La John Ford Stock Company está en proceso de formación.
La transición del mudo al sonoro no acaba con la carrera de Victor McLaglen, pero sí cambia el tipo de papeles que interpreta. Su voz y su manera de hablar acaban con la credibilidad de sus personajes seductores —por increíble que hoy parezca tuvo esa reputación—. De nuevo la acción y el Ejército acuden en auxilio del amable gigantón.
En los recién estrenados años treinta, el tandém Ford-McLaglen filman películas memorables, entre ellas The Lost Patrol (La patrulla perdida), película que narra las aventuras de una patrulla del ejército británico en Mesopotamia, y la espléndida The Informer (El delator). En esta última, Victor McLaglen interpreta magníficamente el papel protagonista, Gypo Nolan, un ex-miembro del I.R.A. que delata a un camarada por dinero ¿o por amor? Como siempre que un actor cambia de registro, la sorprendida Academia otorgó el Oscar a Victor McLaglen —también fue el primero de los de John Ford—.
Profesionalmente, cierra la década más brillante de su carrera con otra película bélica, la alegremente colonial Gunga Din —el personaje que da título a la película probablemente no estaría de acuerdo—, junto a Douglas Fairbanks Jr. y Cary Grant, Victor adquiere su rango militar definitivo; desde ese momento es sargento. Sea cual sea el uniforme que vista y llámese como se llame su personaje, su grado será el de sargento.
En 1933 adquiere la ciudadanía norteamericana a pesar de que corran rumores sobre su condición de agente secreto británico. Los rumores surgen al fundar en 1932 Victor McLaglen el grupo paramilitar Hollywood Light Horse (Caballería Ligera de Hollywood), que fue descrita como una «organización militar formada para promover el americanismo, combatir el comunismo y el radicalismo contrario al Gobierno Constitucional». Esta temprana declaración de anti-comunismo por McLaglen arroja sombras sobre su actuación en los tristes momentos de la actividad del Cómite de la Casa de Representantes sobre Actividades Antiamericanas, como luego se verá. De sus actividades reales, sólo hay constancia de que se dedicaron a participar en exhibiciones hípicas, a escoltar a McLaglen en sus recorridos por los bares y restaurantes de Hollywood y acabar con sus existencias de ice tea. Un spin-off de esta excéntrica organización sobrevive todavía, el Victor McLaglen Motor Corps, que sustituía los caballos por motocicletas Harley-Davidson.
McLaglen no se dedicó únicamente al patrocinio de actividades deportivas, también jugó al rugby durante los años 30 en el Hollywood Athletic Club donde formó una terrorífica pareja de segundas líneas con... ¡¡¡Boris Karloff !!!
Acabado el brillo de la Caballería Ligera, Victor McLaglen ingresó en los Hollywood Hussars que llegaron a planear la invasión de Georgia (patria chica de Josef Stalin, no pensaban repetir el incendio de Atlanta), pero cuya máxima proeza militar fue ofrecer una serenata a William Randolph Hearst por la línea anti-comunista de sus periódicos.
Las décadas de los cuarenta y cincuenta ven un descenso en su actividad cinematográfica y una menor relevancia de los papeles que interpretó. Aún así, el inglés de Kent se convierte en el mick por antonomasia; cazurro, pendenciero y borracho. Los sargentos Festus Mulcahy y Quincannon cabalgan en la «Trilogía de la Caballería» —Fort Apache, She Wore a Yellow Ribbon (La legión invencible) y Rio Grande— encarnados, que no interpretados, por McLaglen. El icono, creado por John Ford, ha quedado definitivamente fijado.
En el ámbito privado, la vida de McLaglen —que a diferencia de otros actores, parece haber permanecido inmune a los encantos sensuales de la Nueva Babilonia— se acelera. Tiene tres esposas entre 1940 y 1948. Enid Lamont, su primera mujer, muere en 1942. Al año siguiente, se casa con Suzanne M. Brueggeman de la que se divorcia en 1948 para casarse con Margaret Pumphrey, la que sería su viuda. Continúa pasando los domingos por la tarde en el rancho de John Ford en el Valle de San Fernando junto al «club de los buenos y viejos muchachos». Se reúnen regularmente el propietario de la casa, John Wayne, Ben Johnson, Ward Bond, Grant Withers, Harry Carey Jr., Chil Willis, Ken Curtis, con la presencia ocasional de Lee Marvin. Los tipos duros del Oeste reunidos una vez a la semana, whisky y canciones de la Irlanda que nunca fue o charla insustancial sobre el último Vanity Fair ¿quién lo sabe?
No todo era polvo de estrellas en el Hollywood de finales de los 40. En 1947 la atención del Cómite del Congreso para la Represión de Actividades Norteamericanas inició la persecución de los comunistas en la industria del cine. No existen evidencias de que Victor McLaglen testificara ante la Comisión, aprobara las listas negras o fuera miembro de la Alianza Cinematográfica para la Preservación de los Ideales Norteamericanos, de la cual eran miembros prominentes Ward Bond y John Wayne, íntimos amigos suyos. Desgraciadamente, tampoco existen pruebas de que las combatiera o desaprobara. Las fanfarronadas de la década anterior y su amistad íntima con dos de los más viscerales de los anticomunistas de Hollywood dan credibilidad a aquéllos que mantienen que era un ultra-derechista. Es cierto que John Ford fue a su vez considerado un fascista cuando era un destacado New Dealer, y que protagonizó una de las más sonadas defensas de uno de los perseguidos por Mcarthy, Joseph Mankiewicz. La celebérrima «me llamo John Ford y dirijo westerns. No creo que haya nadie en esta sala que sepa más de lo que quiere el público americano que Cecil B. DeMille –y ciertamente sabe como dárselo-, pero no me gusta Ud., C.B., y no me gusta lo que ha estado Ud. diciendo aquí esta noche» pudo haber convencido a nuestro protagonista. En todo caso, sólo se puede asegurar que Victor McLaglen no fue Elia Kazan.
En 1952, filmó la que sería su última gran película. Ford le regaló el papel de Will Red Danaher en The Quiet Man (El hombre tranquilo). A los 66 años y en un delicado estado de salud, Victor McLaglen consigue dar cuerpo al espíritu de una Irlanda arcádica, plagada de clichés, sentimental, machista e inexistente. Sin embargo, la convicción de todos los integrantes del equipo que la rodó hace sentir que esa Irlanda debería existir. De nuevo el mayor logro de Victor surgió de sus puños. La famosa escena de la pelea itinerante resume la vida y obra de Victor McLaglen. Una vez terminada, Sean Thornton y su cuñado Will Danaher, con una borrachera reglamentaria, se dirigen, cantando, a cenar. La canción era Wild Colonial Boy. Victor McLaglen debió morir en ese momento.
Vivió siete años más, hasta que un ataque al corazón acabo su peripecia el día 7 de noviembre de 1959. Está enterrado en el Forest Lawn Memorial Park, California, USA.
Coda para padres agobiados: Dejen de preocuparse y que Dios reparta suerte.
Etiquetas: Almirante Benbow
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