Los dos vídeos más famosos de los últimos días comparten, a despecho de su diversa procedencia, varios aspectos significativos. Uno está elaborado (es un decir) por las Juventudes Socialistas; el otro, perpetrado por una empresa dependiente de una Comunidad Autónoma gobernada por el Partido Popular. Esta es, a mi juicio, la única diferencia entre ellos. Y, con élla, la distinta respuesta que la autoridad contratante en cada caso ha dado a la alarma social promovida. La Presidenta de la Comunidad de Madrid ha ordenado retirar el vídeo y cesado a cuantos tuvieron alguna responsabilidad en el mismo; las J.J.S.S. (las siglas quizá reflejen mejor la realidad en este caso y por eso las prefiero), están orgullosas, divertidas y encantadas con el asunto. Quizá porque era lo que pretendían. Pero vamos con las similitudes, que las hay. Y no pocas ni poco importantes.
Para empezar, los dos vídeos, dos, son un paradigma de corrección política. Puede parecer que no es así, sobre todo en el caso del pasa-palabra, pero si se profundiza ligeramente la realidad se ilumina. ¿Qué es hoy lo políticamente correcto? Desde luego, luchar (sic) contra el pobre dióxido de carbono, amar apasionadamente la figura de Ghandi y condenar a galeras a todo aquél que empleara o emplease malsonantes expresiones como maricona. Lo queramos o no, toda la clase política, toda la clase periodística, toda la clase artística… (y podríamos seguir mencionando compartimentos sociales ad nauseam) ha adoptado como suyo el nefando invento de los demócratas yanquis y sus trasuntos europeos, los socialdemócratas. No se libra nadie: ni los liberales, ni los derechistas ni (desde luego y mucho menos) los irredentos izquierdistas unidos. La corrección política lleva, en gramática, a olvidar el nombre epiceno –lo cual es grave– y, en sociología, a acatar acríticamente lo impuesto por los gurús de turno. Así pues, ¿cómo mostrar al gran público las múltiples cualidades de este producto sin par que es el Metro? Pues incidiendo en sus ventajas sobre un medio ambiente. Sobre el otro medio (los agrestes aromas que en el tubo se respiran, el aire ponzoñoso que por él circula, los charquitos de agua de dudosa procedencia que en él se forman), pues no se dice nada, que mancha. Y ¿cómo hacer aparecer a alguien como auténtico troglodita político? Pues igual: haciéndonos ver que ignora quién fue Ghandi (¡oh, la pazzzz!) o que pronuncia (en tono y timbre que, por cierto, asemejan –sin duda, casualmente– a los de Jose María Aznar) la palabra maricona en lugar de decir gay u homosexual. Pura corrección política. En ambos casos.
Ambos vídeos comparten, además, el afán (tan moderno e igualmente correcto), la casi obsesión por lo icónico, por lo simbólico, por lo gráfico. Dado que el público-objetivo es potencialmente gilipollas (créanselo: lo piensan y lo asumen todos los publicistas), hay que dárselo todo masticadito, limpito, predigerido. Como las leches maternizadas o los potitos. ¿Ve usted a ese chico con un polo Lacoste? Eso significa que es un pijo. A ver, repita conmigo: Lacoste igual a pijo. Ralph Lauren, sin embargo, no; Nike, tampoco. Ambas, aunque carísimas, son marcas empleadas por nuestro gran conducator. ¿Y en el otro? Pues ni les cuento: la bufanda, el adornado, cutre cochecillo, el fumar (como fumar es malo, los malos, fuman)… Iconos. A ver, repita conmigo: el que fuma, reo es de muerte icónica. En una sociedad ágrafa, casi analfabeta funcional, son los autoevidentes símbolos los que jamás engañan. El carcomido sintagma el hábito no hace al monje es anacrónico, obsoleto, periclitado: hoy, amigo mío, ya no hay monjes. Sólo hábitos que ayudan a parecerlo. Y deben de ayudar muchísimo, porque el personal se lo cree.
Una tercera arista común a las caras de ambos vídeos es, desde luego, el sectarismo. Ya sabíamos, Ripalda mediante, que fuera de la Iglesia no hay salvación. El problema es que las iglesias se han multiplicado tanto que, te pongas como te pongas, algún infierno te será cercano. Otra vez, la simplificación de lo publicitario conduce irremediablemente a un esquema dual, lineal, algebraico casi. El mundo se divide en buenos (que van al partido en metro, que leen la prensa, que son progresistas, que saben qué es la Constitución) y malos (que emplean su coche, que hablan en él por el móvil, que ignoran cuál es el papel de la mujer, que se resisten a llamar matrimonio a las uniones civiles entre personas del mismo sexo). Sin matices. Sin puntos intermedios. Usted no se pregunte si su iglesia es la que salva: convénzase, sencillamente, de que la iglesia del otro es la mala, la reaccionaria, la históricamente amnésica, la ambientalmente deplorable. Entonces, no le quedará más remedio que deducir, absorto y emocionado por su descubrimiento, que dado que el otro se condena, usted debe salvarse. Al parecer, en el cielo de los correctos y los progresistas, sólo cabe la mitad de la población actual. Y quizá no tanto, porque uno puede ser correctamente progresista y, ¡ay de ti!, fumar. O ser del Atleti. O vestir un Lacoste. O pensar que la máxima aportación de Ghandi a la cultura occidental fue la popularización del dodotis para adultos. Entonces, estás perdido. Sin remisión. Y condenado al infierno de la reacción. "Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate".
Con todo, la última pauta común a los dos vídeos es, en mi opinión, la más indignante: ambos son mentira. Es mentira que uno pueda ir al Bernabéu un domingo de partido en un metro casi desierto, lleno de asientos vacíos y leyendo tranquilamente la prensa (cuya cabecera no se ve, aunque podamos intuir el diario de que se trata); es mentira que, al salir, la boca de la estación esté tan despejada y desierta como Seseña antes del Pocero; es mentira que uno pueda teletransportarse desde la Castellana al segundo anfiteatro como si tal cosa; es mentira que existan pijos tan ignorantes y progres tan sabihondas; es mentira que para recordar la Constitución haya que dar tantas vueltas, salvo que quien la intente recordar sea un nacionalista que lo único que desea es, más que nada, convertirla en humo. Mentira, claro. Pero, bien pensado, ¿qué podría esperarse de dos historietas políticamente correctas, cimentadas en lo simbólico y relatas sectariamente? Pues eso: que fuesen, afortunadamente, mentiras. Cuentos. Sin coco pero con humos. Sin hombre del saco pero con hinchas del Atleti. Sin lobos ni Caperucitas, pero con babosos peperos y furibundas lectoras de Público. Cuentos. Inventados, claro, por el miedo y para el miedo. ¿Por qué será, casi sesenta años después, tan actual León Felipe?
Yo no sé muchas cosas, es verdad.Digo tan sólo lo que he visto.Y he visto:que la cuna del hombre la mecen con cuentos,que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,que los huesos del hombre los entierran con cuentos,y que el miedo del hombre...ha inventado todos los cuentos.Yo no sé muchas cosas, es verdad,pero me han dormido con todos los cuentos...y sé todos los cuentos.(Escrito por Protactínio)
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