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03 marzo 2007
Artificios habitados

'Creo que no es posible concebir hoy al hombre como un ser de naturaleza, no tanto porque se aleje progresivamente de ella (independencia tecnológica, por ejemplo) como porque se proyecta en su contra.'

(Bartleby. El de aquí. Citado sin su permiso. Pero con respeto.)


Ya he comentado alguna vez lo artificial que me parece el concepto de 'artificial', por su difícil (y necesaria) oposición con 'lo natural'. ¿Qué es lo natural en los humanos? Si, en lugar de ese enfrentamiento terminológico -natural versus artificial- definiéramos 'lo artificial' sencillamente como 'lo propio de los humanos' me resultaría más sencillo comprender y delimitar su significado.

Nos parecen naturales un nido de golondrina, una tela de araña o un panal (cuyas celdas finalizan en prismas que presentan ángulos de 109º 28'. Exactamente.) Nos resultan naturales la estrategia de ataque de los lobos, la división del trabajo de las hormigas. Las estructuras cristalinas. Los jardines de los pulpos. No veo el motivo para no considerar, pues, igualmente naturales los apartamentos en Marina d'Or, las redes de pesca, los aparcamientos subterráneos, las OPAs, la esclavitud, el hecho de llamar 'redes de Bravais' a las estructuras cristalinas y el jardín botánico; salvo que, como apunté antes, nos limitemos a etiquetar como artificial cualquier cosa que hagamos los humanos, y como natural el resto de objetos, sucesos y fenómenos que existen o acontecen a nuestro alrededor.

Sea cual sea el concepto que asignemos al término, creo que resulta evidente la posible caracterización de la medida del tiempo como algo artificial. Salvando con generosidad el año -que retocamos mediante los oportunos bisiestos- y el día -que ya no transcurre de amanecer a amanecer-, el resto de nuestras unidades de medida son, como poco, incoherentes con la naturaleza (o con la Luna, en el caso del mes), y meramente caprichosas en lo que se refiere a horas, minutos y segundos -no digo ya lo que serían los siglos o los milenios si tuviéramos doce dedos.

Esclavos de nuestros impulsos cronométricos, a los humanos no nos han bastado esas divisiones aleatorias y consensuadas de lo que es mero fluir ('duración de las cosas sujetas a mudanza', dice del tiempo el diccionario). En varios momentos de nuestra historia, en diferentes sitios, decidimos someter nuestras vidas a ese nuevo tiempo parcelado, retirando del panteón al Sol para obedecer al reloj en su lugar. Y, con el nuevo dios, tuvimos que edificar nuevos templos, y habitarlos. Eso son, justamente, las ciudades.

Aunque parezca mentira, aquí es donde quería llegar. Desde el principio. Mientras vivimos inmersos en la naturaleza bartlebyana hubimos de acatar los mandatos solares. El día se iniciaba con la salida del Sol, se detenía para comer a la sombra en las horas de más calor y se recogía a descansar cuando el exterior, con la noche, resultaba ineficiente desde un punto de vista energético e incómodo para nuestra dotación anatómica. Así sigue sucediendo en el mundo pagano que aún pervive entre nosotros: el medio rural. En él no manda el hombre, sino el Sol; el gallo canta y nos pone en pie, las bestias deben recogerse por la noche, las vacas han de ser ordeñadas a la misma hora cada día. Hay fechas para la siembra y para la siega, para la matanza y para la fecundación. El mundo está ordenado de acuerdo con las reglas del Mundo, y cualquier interferencia, cualquier oposición, supone la ruina o la muerte.

Su contrario es la ciudad, cronómetro ajustado a lo que los humanos dictamos, dictador recíproco de la conducta humana. La ciudad es la explosión de la humanidad, de lo artificial según quiero entenderlo; en ella todo vive y se rige por el nuevo tiempo convencional, y poco importan el amanecer, el ocaso, la lluvia, el otoño y los ritmos animales irreductibles al diálogo. En la ciudad (y en sus hijas menores, fábricas y empresas) el reloj, sacerdote de la religión urbana, se mueve y ordena moverse a los demás obediente sólo al pulso vibratorio del cuarzo, ajeno al viaje de la Tierra alrededor del Sol, ignorando los decimales que entorpecen su período de rotación, despectivo con la Luna que vigila a las gestantes -mientras se somete, inerme ella también, a los días de libre disposición que ha marcado en un calendario de papel el neonatólogo.

La ciudad es un enorme mecanismo temporal que desafía y suple a la inhumana naturaleza que la rodea. La ciudad es la naturaleza del hombre, su más adecuado ecosistema. En ella nuestras capacidades no se ven estabuladas por los fenómenos meteorológicos o la iluminación despótica e intermitente. Gracias a nuestro sometimiento somos libres de hablar a las cinco de la mañana, libres para escribir sólo por las tardes, libres para diferenciar sábados y martes.

Una noche descubrí casualmente el signo secreto de la ciudad. Nada importan las alcantarillas ni los contenedores de basura, o los coches; eso son elementos omnipresentes de nuestra civilización, tan habituales -en proporción adecuada al número de habitantes- en pueblos como en urbes. No, es el semáforo. Ese artilugio vulgar es la mejor concreción de lo que la ciudad hace, lo que la ciudad es. Un metrónomo insobornable que dice quién pasa y quién espera, que nada sabe de la rotación de los astros ni del paso de las estaciones, ni siquiera de la prisa automotora o pedestre.

¿Se han fijado alguna vez en lo que les sucede a los semáforos en esos pueblos que aún aspiran a convertirse en urbe? A ciertas horas, convierten su autoridad inapelable en un condescendiente y anaranjado parpadeo. Ese es el límite objetivo entre una ciudad y cualquier otro conglomerado humano cubierto de asfalto: en la verdadera ciudad, los semáforos -entes artificiales como nuestra ropa y nuestro lenguaje, artificiales como nuestra naturaleza- no descansan nunca.

(Escrito por Mercutio)

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Escrito por: Blogger Gora-Gora - 4 de marzo de 2007, 1:19:00 CET

El facherío esencial de este país esta de capa caida. Ahora sólo ha sido capaz de lanzar dos cockteles nolotov (los Molotov les quedan un poco lejos) sobre la sede del PSOE en Alcalá. Deberían de aprender de la efectividad de los hermanos batasunos. Ellos, todos los días queman cajeros y autobuses en el País Vasco, antiguas Vascongadas, y no pasa nada. Y no sale ningún miguelitonose, gilipollas de turno, a quejarse de que han quemado un cajero. Por lo visto, los hermanos etasunos que matan y queman y amenazan y torturan, tiene bula para los listos socialdemócratas. Por eso son hermanos en la izquierda fraternal y han sido declarados hombres de paz. Si la gilipollez fuese tiña, cuantos imbéciles se morirían rascándose sus picores.

 

Escrito por: Blogger Gora-Gora - 4 de marzo de 2007, 1:33:00 CET

ZetaP es un mentiroso. La razones por las cuales el asesino múltiple ha sido liberado, pues una liberación es el cuerto grado que se han inventado para él, permanecen en el mayor de los secretos. ZetaP no tiene huevos para exponerlas con claridad; ni siquiera se puede permitir el lujo de que se adivinen. Pero el tiro le va a salir por la culata. El pueblo español no va a permitir que tamaña felonía se perpetre gratis.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 1:45:00 CET

Super-zorra, ¿estás ahí?

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 1:46:00 CET

Pues claro, amor. ¿Dónde voy a estar después de un día de zorrerío?

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 1:47:00 CET

Ay, no seas borde. Que tengo una resaca...

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 1:54:00 CET

¿Borde yo? ¡¡Cállate!! Estas no son horas de resaca sino de borrachera. ¿Tienes noticias de la orgía de ayer? Aquí nadie ha dicho nada. Me tienen un poco mosca.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 2:00:00 CET

Yo creo que se han amariconado todos y que no ha pasado nada. Si Brema les llamó, como dijo ayer, y le dijeron algo, es que ellas no tenían la boca ocupada con ninguna polla y ellos no tenían la boca ocupada con ningún coño. Teníamos que haber ido, zorrón.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 2:06:00 CET

Pues sí, teníamos que haber ido. Yo estoy muy deprimida con esto, putaza. Follandeiro sin aparecer, el Marqués pidiendo autógrafos y Mercutio, que era el único que aguantaba con los cojones bien puestos, se pone a bailar con Moa. Llegamos a estar nosotras y los encelamos. Parece mentira, habiendo tanta mujer en el asunto. Les decimos cuatro cosas al oído, mostramos un poco de escote, nos levantamos un poco la falda y les tenemos a todos golpeando la mesa con sus pollas duras en forma de aplauso.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 2:08:00 CET

No hubiese quedado ni un agujero sin tapar, calentorra. Me ha gustado eso de las pollas aplaudiendo. Creo que todavía me quedan fuerzas para hacerme un dedo antes de dormir. Buenas noches, putón. Que sueñes con polvos violentos.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 2:12:00 CET

Buenas noches, fulana. Que no pases ni un solo día sin que ese culo prieto que tienes goce de polla dura.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 2:16:00 CET

[139] Escrito por: parteluz - 3 de marzo de 2007 20:47

Apareció Felipe, flaco, viejo, el rostro violáceo, para poner su sello: "Yo hubiera hecho lo mismo", ha dicho. Es mentira. Lo que hicieron entonces se llamaba GAL.

¿O sí? ¿Acaso no es terrorismo de Estado lo que están haciendo ahora, no en contra sino a favor de ETA, porque les rinde más? No son suicidas, Olo. Que va.

.......

Eso me espanta. Una especie de terrorismo sin muertos. Salvo algún que otro por accidente, claro. Como el aquellos ecuatorianos:¿cómo se llamaban? Una cosa que se parezca mucho a la paz, repugnante y sin embargo apetecible. El valor supremo de la vida. Ya, ya. Me pareció que la chaqueta no era del todo negra, sino morada, penitencial. Es que estamos en tiempo de cuaresma.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 4 de marzo de 2007, 3:05:00 CET

Me voy a la cama sin follarme a las zorras. Es que he comulgado esta tarde y quiero dormir en estado de gracia. Que os enculen hasta la glándula pineal y disfrutéis una atrocidad, queridas amigas. Buenas noches.

 

Escrito por: Blogger Bremaneur - 4 de marzo de 2007, 7:03:00 CET

¿Qué pasa, nens?

SE VE... SE SIENTE... JUARISTI ESTÁ PRESENTE...

Laberinto
Jon Juaristi

QUE los terroristas pordioseen los buenos sentimientos de la buena gente está en el guión de toda banda que se precie de serlo. Lo insólito es que lo haga un gobierno por boca de su ministro de Interior. De ahí que no anduvieran totalmente descaminados quienes el jueves llamaban terrorista al Presidente. Porque los terroristas primero ponen la bomba y después sueltan el moco.

Es lo suyo. Obviamente, ni Rodríguez ni Rubalcaba han puesto bombas, que sepamos, pero han asumido, en su rendición, el gimoteo de De Juana, y por eso la afición etarra les aplaude con las orejas. Del terrorismo, el Gobierno se ha reservado la fase compungida y plañidera. Les va.
O sea, el aspecto mariconcete del oficio, por así decirlo. Cómo mola, qué nobleza de espíritu la nuestra. No somos como ellos. Hombre, pues qué quiere usted que le diga. En la mitad, por lo menos, igualitos. Baroja decía que al que vende drogas en pequeñas cantidades se le llama farmacéutico y al que las expide al por mayor, droguero. De Juana es un droguero de la muerte, como el Chino. Pero el Chino se suicidó: he ahí la sutil diferencia. De Juana nunca tuvo la intención de llegar a extremos tan patéticos. Ayunaba porque estaba deprimido. No porque quisiera suicidarse. Los terroristas se suicidan por fanatismo religioso o por remordimientos, y De Juana no sufre de lo uno ni de lo otro. ¿Su huelga de hambre? Una forma espectacular de hacer pucheritos en el Times.

Los etarras son así: primero matan y luego se ponen líricos. El Gobierno se rinde y después se derrite en efusiones humanitarias. La cosa, en ambos casos, es que no la tomen con uno. La primera parte de la operación sería repugnante si no se contara con el lenitivo lacrimógeno. Los terroristas matan y el Gobierno se rinde, que es exactamente lo que ha pasado.

Tales hechos requieren vaselina sentimental. Soy humano, dice el terrorista. Nosotros también, apostilla el Gobierno. Y, si cuela, cuela. La inhumanidad y el salvajismo, para los que no se enternezcan. No está mal como retórica. Se sitúa un grado por encima de la de quienes defienden la decisión de Rubalcaba alegando que el deceso de De Juana habría desatado la violencia en el País Vasco. Pero a estos hay que reconocerles un elemental realismo: intuyen acertadamente que el Gobierno sería incapaz de enfrentarse a una insurrección abertzale.

La hipótesis del acuerdo secreto entre Rodríguez y ETA parece, a la vista de los acontecimientos, bastante más que razonable. Ahora bien, la raíz del desastre es más profunda. Los socialistas usan la legalidad para deslegitimar al Estado porque lo perciben como una monstruosidad franquista, toda vez que garantiza la supervivencia política de la derecha. De ahí que la sola idea de que se les muera De Juana les resulte insoportable, pues se verían a sí mismos como una reedición de Franco firmando sentencias de muerte. Todo pertenece al mismo cuadro delirante que sitúa a Rodríguez en el papel mesiánico del verdadero artífice de la paz (es decir, un Franco al revés, un Franco de izquierdas). Atrapado en la red del deseo mimético, trata de exorcizar la mínima sospecha de identidad con su rival imaginario arrojando la sombra del dictador sobre la derecha democrática y marcando sus radicales diferencias con la misma, lo que le acerca inevitablemente a ETA y le aleja en idéntica medida de las víctimas del terrorismo. A estas alturas, está claro que el delirio del Presidente no tiene salida, porque Rodríguez pelea con un muerto para desposeerle del objeto mítico -la Paz- cuya posesión le atribuye y que él desea con ansias infinitas.

Hace tiempo que el nieto del capitán Lozano se extravió en el laberinto sin puertas de una paranoia vindicativa, y lo peor es que los terroristas lo han adivinado. Porque nada hay más parecido al delirio de Rodríguez que el de tres hermanos etarras presos, los Gallastegui, que heredaron de su abuelo, el precursor histórico de ETA, otro deseo asimismo insaciable.

 
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